Cuando el Papa Juan Pablo II se encontró con las generaciones del s. XX, el 25 de enero de 1999 en el Estadio Azteca de la ciudad de México, exhortó a los jóvenes con estas palabras:
Ustedes, jóvenes y muchachos que miran hacia el mañana con el corazón lleno de esperanza, están llamados a ser los artífices de la historia y de la evangelización ya en el presente y luego en el futuro. Una prueba de que no han recibido en vano tan rico legado cristiano y humano será su decidida aspiración a la santidad, tanto en la vida de familia que muchos formarán dentro de unos años, como entregándose a Dios en el sacerdocio o la vida consagrada si son llamados a ello.
El Concilio Vaticano II nos ha recordado que todos los bautizados, y no sólo algunos privilegiados, están llamados a encarnar en su existencia la vida de Cristo, a tener sus mismos sentimientos y a confiar plenamente en la voluntad del Padre, entregándose sin reservas a su plan salvífico, iluminados por el Espíritu Santo, llenos de generosidad y de amor incansable por los hermanos, especialmente los más desfavorecidos. El ideal que Jesucristo les propone y enseña con su vida es ciertamente muy alto, pero es el único que puede dar sentido pleno a la vida. Por eso, desconfíen de los falsos profetas que proponen otras metas, más confortables tal vez, pero siempre engañosas. ¡No se conformen con menos!
De esta exhortación y teniendo como marco el día 1º de noviembre, Solemnidad de todos los Santos y el 21, de Jesucristo Rey del Universo; queremos proponerles a ustedes el gran reto de la Santidad, con la misma urgencia con que Domingo Savio recibió este llamado en el Oratorio de Valdocco, sobre todo cuando comprendió el significado de su nombre: “Vea usted si tengo razón al decirle que me haga santo; hasta el nombre dice que yo soy del Señor; luego yo debo y quiero ser santo, y no seré feliz mientras no lo sea”.
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